El drama millennial

Ser millennial es sentir que no vales para nada. Es salir de la carrera y sentirte tan perdido como un amnésico en medio de un centro comercial. Es ver a la gente de tu alrededor, diciendo que cada un año, dos, ha saltado de puesto de trabajo en puesto de trabajo como quien va de casilla del parchís en casilla. Es comprender que no puedes hacer planes. Es comprender que, a pesar de que estamos rodeados de tecnologías, de que cada vez el mundo es más pequeño, la única salida es la exterior. Ser millennial es haber estado ajeno a esta realidad durante 20 años. Ahora, todo son cifras. 50% de desempleo juvenil. Un millón de españoles fuera, 300.000 de ellos, entre 22 y 28 años. Encadenado de contratos en prácticas. Incapacidad de salir de casa de tus padres. Condenados a competir contra un mercado implacable que no tiene piedad. El reloj hace tic tac y tú sigues sin saber qué hacer. Haces una oposición o te vas fuera, te vas a Londres sin saber inglés y haciendo «pruebas» lavando platos. No tienes experiencia, no te cogen. Tienes demasiada experiencia, no te cogen. Mientras, te levantas a las 11 de la mañana preguntándote si por esto hemos pasado todos, o es una pesadilla o una broma de mal gusto. ¿A quién culpas? ¿A los mercados? ¿A los políticos? No hemos vivido una guerra. No hemos pasado hambre. Todos nos acordamos del 11 de septiembre. Los millennials, condenados a vivir en casa de sus padres hasta los 30 años, ajenos a la realidad que les habían ocultado hasta el día que salieron de la carrera. Solo nos queda una cosa. Al menos, no tenemos que saltar una valla con nuestras propias manos, ni recorrer 2.500 km para que te apaleen los policías marroquíes, ni tenemos que dejar nuestro hogar detrás porque unos hombres quieren convertirme al Islam, ni tenemos que vivir en tiendas de campaña, ni nada de eso. Nuestro drama, al lado de aquello, es una mierda. Es una mierda.

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